Me llamo Cándido y pertenezco al 903º batallón de la 226 Brigada Mixta. Estoy escribiendo desde una trinchera a la luz de un pequeño farol encubierto para no delatarme al enemigo. Quiero contar brevemente lo que he vivido hoy.
Hemos llegado Divisiones de muchos puntos de la España leal con la misión de cambiar el rumbo de la guerra. Se trata de posicionarse en la margen derecha del rio Ebro. Antes de la operación, el comisario nos ha estado aleccionando sobre la importancia que para la España republicana significaba la operación que íbamos a ejecutar: nada menos que cruzar el Ebro y sorprender a las tropas rebeldes que se encontraban al otro lado del rio.
Tras la arenga, nos dirigimos al borde del agua donde nos hemos ido embarcando en unos inestables botes, remando con suavidad para no delatarnos, íbamos aproximándonos a la orilla opuesta. Las caras de mis camaradas reflejaban la angustia del momento, no solo por el hecho de entrar en combate, sino porque muchos de ellos no sabían nadar, entrando en pánico cada vez que el bote se bamboleaba más de lo normal.
Llegados a los cañaverales, comenzamos a distribuirnos entre los arbustos y árboles de la ribera; mientras, unos compañeros se deshacían de los centinelas pasándoles a cuchillo por sorpresa. Un miliciano que estaba junto a mí me comentaba que los que cortaban el cuello eran hombres de campo acostumbrados a degollar cerdos y ovejas.
Tras esto, avanzamos hasta una primera línea de trincheras, llamada Punta Quemada, pero fuimos descubiertos por el enemigo entablando combate. Los que ocupaban las trincheras parecían regulares y nos freían a morterazos y granadas consiguiendo detener nuestro avance. Malamente, nos acomodamos en el terreno para intentar un nuevo asalto más tarde.
Al de unas horas apareció la aviación con la intención de ablandar las posiciones enemigas y debilitar su defensa. Cuando acabó su trabajo salimos nuevamente a intentar desalojar a los fascistas de sus posiciones. El combate fue duro, hubo intercambio de disparos y las granadas volaban alrededor nuestro provocando multitud de bajas entre nuestras filas. Al final, llegó la orden de asalto, iba con el pánico en el cuerpo, no sabiendo lo que me deparaba esa cuesta final, mientras disparaba mi fusil y me arrastraba por el polvo. Cuando salté a la trinchera veía entre el humo multitud de cadáveres y unos pocos soldados ofreciendo resistencia a nuestra tropa. Al poco rato vi ondear la bandera republicana en la posición… ¡Habíamos ganado!
Ahora, en la serenidad de la noche, viendo los cuerpos agotados y heridos de mis camaradas, pienso si este triunfo será como dice nuestro comisario, el inicio del camino de la Republica hacia la victoria. Cuando veo los rostros cansados y la mirada triste de mis compañeros pese al éxito obtenido, me invade una profunda congoja. El tiempo nos llevará a la gloria o nos sumergirá en el infierno.
Plácido Ugarte