Ya son dos días desde que salimos del cuartel de Lugo para socorrer a nuestros compañeros de Oviedo, los cuales estaban sitiados por los frentes populistas, cuando llegamos a las afueras de la zona de la capital asturiana.
Mientras avanzábamos a la cabeza de la columna, un miliciano alcanzó a vernos, intentamos abatirlo, pero huyo en una bicicleta. El sargento Outerial informó al teniente, y nos ordenó avanzar en prevengan. Después de minutos avanzando, divisamos las primeras casas y hórreos, con lo que extremamos la atención. Al torcer la esquina de la primera vivienda nos empezaron a hacer fuego, tras lo que nos cubrimos detrás de un hórreo y un muro de una huerta cercana, devolviendo el fuego, mientras el resto de la columna llegaba a nuestra posición.
Tras valorar la situación entre el capitán y nuestro teniente, nos ordenaron tanto a nuestra escuadra, como a las otras avanzar para tomar la posición desde la que los marxistas nos disparaban. Avanzando en cabeza de mi sección empezamos a cubrir el avance de nuestros compañeros, una vez estábamos las escuadras desplegadas, sometimos la posición a un fuego graneado, tras lo cual, los milicianos se retiraron al ver nuestra superioridad. Ante esto tomamos rápidamente la posición y conseguimos abatir un par de los que se retiraban.
Cuando estábamos abriendo fuego, de una de las casas, salió una niña pequeña (entiendo que al desconocer a que se deberían esos ruidos que sonaban en la calle) y tras ella salió su madre, debido a la tensión del momento los soldados no se dieron cuenta y entre los cabos y el sargento Outerial, gritando ¡alto el fuego!, conseguimos que dejaran de abrir fuego, salvándolas de morir en el cruce de disparos, aunque con ello perdiéramos la oportunidad de acabar con los rojos, preferíamos eso a que murieran inocentes.
Tras mandarlas hacia nuestra retaguardia, proseguimos con el avance durante unos cuantos metros y no vimos a ningún miliciano más, pero durante este trayecto localizamos lo que a la postre era la casa que usaban como oficina del “comité de guerra´’, aunque a nuestra llegada habían procedido a quemar muchos papeles vitales para ellos. Seguimos avanzando hasta que vimos otra posición; mientras las otras escuadras nos cubrían el avance, apareció un vehículo blindado del enemigo, con lo que tuvimos que saltar a un parapeto que nos imposibilitó apoyar a nuestros compañeros, y tuvimos que ver impasibles como la ametralladora del vehículo barría a nuestros camaradas, matando a muchos de ellos.
Parecía todo perdido, pero por suerte para nosotros, la otra columna que avanzaba muy cercana a la nuestra, y en la que estaba nuestra sección de artillería, apareció y consiguió abatir del maldito vehículo.
Tras revisar el interior del blindado, recuperar la ametralladora de éste y atender a los heridos, tuvimos que desmontar el parapeto enemigo, debido a que al encontrarse entre dos edificios, y con el vehículo destruido en el medio, imposibilitaba el paso del cañón, el cual nos vendría bien más adelante ya que topamos con otro parapeto nuevamente en nuestro avance.
El parapeto se encontraba junto a una campa elevada que le protegía un lateral, y por detrás del nido de sacos, en una colina baja, un hórreo fortificado que cubría y dominaba todo el lugar.
Los milicianos que nos acompañaban, milicia que estaba formada por los Caballeros de la Coruña y mandados por un teniente de la guardia civil, subieron a la campa elevada para disparar al hórreo y así cubrirnos. Tras un intercambio de fuego con el parapeto, finalmente llegó la pieza de artillería mandada por el Sargento Zarate, que batió la posición hasta que acabó con los milicianos allí apostados.
Pero se nos presentó un problema al intentar acabar con el Hórreo, ya que al encontrarse en posición elevada, y el cañón tratarse de un modelo de tiro tenso, según nos dijo el sargento Zarate, no se le podía batir.
Mientras los sargentos hablaban con los oficiales intentando encontrar una solución, el cabo Castro (cabo de la pieza de artillería) y yo, convenimos que lo mejor que se podía hacer era proteger la pieza de artillería con un parapeto usando los sacos de la antigua posición roja, y utilizando unos troncos y piedras de un cercado cercano, haríamos una pequeña rampa para elevar el cañón.
Tras hablarlo con los sargentos y estos con los oficiales, aceptaron nuestra propuesta. El alférez Torres posicionó sus ametralladoras, los milicianos del teniente de la guardia civil se colocaron en la elevación, y entre ambas unidades batieron el hórreo, dándonos la cobertura necesaria a varios miembros (entre ellos yo) de las distintas secciones, para que desmontásemos parte del parapeto, y montáramos otro nuevo para el cañón. Esta acción provoco heridos, en mi sección resulto herido el soldado Novoa, Dios lo guarde a tan valeroso soldado y compañero, y algunos muertos más.
Tras conseguir acabar el parapeto, el soldado Varela (sirviente de la de pieza de artillería) que fue el artífice de la idea de la rampa, con la ayuda de Lendoiro (otro miembro de mi sección que había sido agregado recientemente), trajeron lo necesario para hacer la rampa.
Una vez dispuesto todo, El sargento Zarate comenzó a batir el Hórreo, a la vez que las ametralladoras cubrían nuestro avance. En la unidad de asalto avanzamos el sargento Outerial, los soldados Mendez , García, Lendoiro y yo. Una vez conseguimos llegar a la distancia de carga y tras comprobar como los milicianos del Teniente Ivan Roma habían conseguido reptar al muro del final del terraplén, esperamos a que la pieza artillera destruyera el fortín en el que se había convertido el Hórreo. Al 5 disparo, destruyó el frontal de este, lo que aprovechamos las dos secciones para tomar el fortín.
Creyendo que ya había acabado todo, descubrimos como más adelante, había otro parapeto, el cual, lo montaron mientras nos había mantenido frenados el Hórreo, dando tiempo a que fortificaran la carretera. Cabe decir que de nada les sirvió, porque aunque los militares habíamos sufrido muchas bajas dejándonos mermados, los Caballeros mantenían un buen número, y estaban con el ánimo muy alto, por lo que procedieron a atacar el baluarte, y tras un intercambio de disparos, lo tomaron.
Tanto los milicianos rojos, como los militares del regimiento de cazadores que habían seguido del lado del gobierno marxista se retiraron, sin tratar de frenarnos pero con paqueo esporádico, lo que nos puso en alerta. Ante esto el capitán ordenó que los milicianos rodearan la zona mientras nosotros avanzábamos por la carretera y ascendíamos a una loma cercana, dejando atrás a la sección de artillería, la cual tendría que localizar un camino mejor para acompañarnos, debido a la pronunciada pendiente.
Para nuestra sorpresa en cuanto asomamos la cabeza por el terraplén, empezamos a recibir un denso fuego, al que respondimos lo mejor que pudimos, dadas la condiciones de estar pocos en la cima de la loma. Durante el fuego cruzado pude observar como un capitán se dirigía a alguien en los parapetos indicándole que debían retirarse, pero al ver que no le hacían caso (aunque el oficial le apunto con su arma), se retiraron un número importante de soldados, dejando a algunos milicianos. Al ver esto e informarle a mi sargento, este ordenó un asalto que se realizó entre mi mermada sección y la 2ª. La idea era avanzar y pegarnos al terreno, y que nuestra posición en la rampa la cubrieran la sección de ametralladoras para darnos fuego de cobertura. La idea era buena pero no contamos con que los milicianos de enfrente nos dispararan con tal intensidad que solo podíamos reptar como serpientes, mientras la sección de ametralladoras montaba la posición como podían.
En este avance fue gravemente herido mi querido hermano Daniel, quien se había unido a nosotros después de que toda su sección cayera muerta tras el ataque del vehículo blindado. Pero si quería salvarlo antes tenía que acabar con esas defensas; así que empezamos a disparar y el fuego de los milicianos bajo la intensidad al tener que cubrirse, pero no en precisión, ya que provocaron varios heridos más antes de que la sección 4 del alférez Torres asaltara la posición con la cobertura de ametralladoras y fusiles.
Para nuestra sorpresa, los que consideramos que habían sido los milicianos más duros de lo que llevábamos de combates, había sido una escuadra formada íntegramente por mujeres, y que habíamos confundido con hombres debido a que junto a ellas había dos hombres, los cuales descubrimos después, que no se habían retirado, ya que si lo hubieran intentado les habríamos cazado como a conejos.
De las 10 mujeres que estaba compuesta la unidad, conseguimos capturar con vida a 4 de ellas, no sin antes una de ellas (la que más tarde supe que se llamaba Lucia, gracias a que la identificamos), forcejeara con un soldado, tratando de derribarlo y dispararle, pero por suerte para este, había más miembros de su sección que lo socorrieron y redujeron a la miliciana sin abatirla.
Una vez que se quedó media sección del 4º con las prisioneras para llevarlas a la retaguardia y custodiarlas, seguimos el avance hacia la Ermita del pueblo, topando allí la posición final. Se les dijo que se rindieran, que éramos más y con más material, pero no atendieron a razones y comenzaron a dispararnos con todo lo que tenían, haciendo lo propio nosotros. Entre el fuego de nuestras distintas secciones, la de artillería que se había conseguido reincorporar y la llegada de los Caballeros de la Coruña que aparecieron por uno de los flancos, conseguimos hacer una tenaza sobre los rojos acabando finalmente con su posición.
Habíamos conseguido tomar otro pueblo en nuestro avance hacia Oviedo, ¡¡pero a qué precio!! Tantos buenos patriotas habían caído heridos o muertos, el sargento Outerial muerto, mi hermano Daniel, Novoa y Lendoiro y yo heridos, además de muchos otros en las distintas escuadras…
Extracto del libro de Mario Souto
Mario Luque